24 enero 2010

Puerto Ángel 2


Puerto Ángel 1

Salina Cruz... mejor vámonos

Si Puerto Escondido es una ciudad jipi, Salina Cruz es una ciudad obrera. Todo tiene el sabor a Pemex. Los domingos se muere. El centro está copado por una multitud de puestitos que también se instalan en los reducidos camellones por los que se supone que el peatón debe cruzar.

Muy cerca, al oriente, está la playa La Ventosa. El nombre no podía ser mejor. Ahora mismo, con el rayo de sol a tope, debo quitarme constantemente los cabellos de la cara y alisar la hoja del cuaderno, que no me deja escribir. Si uno se va a bañar a la playa, como se dice por acá, de veras tiene uno que hacerlo, porque el aire no para. En pocos momentos está uno vuelto un polvorón glaseado (o una donita, depende de la talla). Meterse al agua es necesario para quitarse la arena que se mete por todos lados nomás de estar parado afuera. La arena, como el agua, son de país poderoso: traen petróleo. La refinería no está muy lejos. Ahí se alcanza a ver bien; y con el humo que le sale y la mugre que manda al mar, no tiene pierde.



Como en todo el país, donde hay gente hay basura. Comen siempre: junto al mar, dentro del mar, de espaldas al mar, de frente. Siempre hay alguien, niño o mayor, con la bolsita de algo con chile. Ya se sabe dónde termina la bolsita. Eso sí, la playa está semidesierta, fantasía de anacoreta o desadaptado, que son lo mismo, al fin loquitos. Hay grupos de familias chapoteando, y por alguna curiosa y misteriosa razón, todos y todas tienen la decencia de dejarse puesta la camiseta o la blusa o la playera o hasta la camisa de botones arremangada. Unas muchachas vienen tan decentes que se meten con todo y sus pants, nomás un poco subidos en la pantorrilla. Todos están tan pasaditos de peso que por un lado qué bueno que se dejen todo puesto para nadar.

Para llegar aquí hube de haber tomado el “urbano”, un chimeco de unos cuarenta o cincuenta años de edad, pleno de estampitas y recuerdos colgantes.




Cayendo la tarde, si uno ya no alcanza este camión, hay que tomar un colectivo, un Tsuru al que le meten tres atrás y dos adelante, más el chofer, claro. Los tres de atrás fácilmente se vuelven cuatro o hasta seis, cuando traen niños. Y el que viene de criticón y delicado, ya hacen siete atrás; más los de adelante que referí hace un momento.



La noche aquí es bonita, las riquezas del mar (o sea, el petróleo flotando en el agua) se funden en la penumbra. El aire no cesa, ni tampoco las cumbiolas (¿a poco éstas también se llaman rocolas?) de los tejabanes, que no dejan inspirar al bardo ni oír a gusto el rugir de Neptuno.