17 marzo 2005

Qué bueno, qué barato: ¿siempre? (art.)

Hasta antes de 1996 la presencia de las tiendas Wal-mart en la ciudad de México era escasa. Aún compartían el terreno con Aurrerá, cadena que la primera terminó por adquirir prácticamente por completo, incluyendo las filiales Suburbia, Vip’s, el Portón, el Globo. Es bien sabido que la familia dueña de la cadena heredó un monopolio bien cimentado con presencia en más de 28 países; en varios de ellos es el minorista más importante por mucho. Hace poco apareció una nota en la Jornada (1) en la que vemos en números la pasmosa inequidad de la distribución de la riqueza: unas pocas familias y unos cuantos grupos en los que se concentran inmensas fortunas. Una de las familias es la Walton, poseedora de la cadena de supermercados más grande, más importante y con los mayores ingresos en su ramo. En la lista publicada por Forbes y reproducida por el diario mencionado, los Walton figuran desde la casilla 6 a la 10 de las mayores fortunas en todo el mundo. En “Globalización de la pobreza”(2), una lectura muy recomendable en la que se presenta una radiografía detallada y explicada sobre el abrumador avance de las corporaciones y las falacias que arguyen para disfrazar sus atropellos, Chossudovsky nos recuerda que la fortuna de los cinco dueños de la trasnacional es superior al doble del producto interno bruto de Bangladesh, que es de 33.4 mil millones de dólares, mismos que se espera que sean distribuidos para las necesidades de una población de al rededor de 127 millones de habitantes. (Aun si los Walton ascendieran a mil familiares, seguirían teniendo una considerable fortuna por cabeza).
Lo más sorprendente de todo esto no es ya enterarse de que unas pocas manos acaparan caudales de oro y tienen prácticamente el monopolio de los supermercados, no, lo sorprendente es que, al menos en esta ciudad, mucha y cada vez más gente simplemente no puede comprar los comestibles y lo que llamamos “la despensa” en otro sitio que no sea el Wal-mart. Con la mayor naturalidad responden: “es que si no, ¿dónde?”, cuando hay oportunidad de invitarlos a abstenerse de consumir ahí, a buscar otras alternativas para “hacer el súper”. En buena medida, la gente no es cómplice sino víctima de la ubicuidad de la cadena y de la capacidad de la misma para ofrecer precios contra los cuales es imposible competir. Los argumentos que justifican abstenerse de consumir en una tienda que aplasta a cualquiera, que se vale de artimañas y que viola cualquier convenio de mínima armonía competitiva en las comunidades a las que llega, son suficientemente elocuentes por sí mismos. Mucha gente considera irrelevante detenerse a razonar un poco qué consume, cómo y a quién, arguyendo que a fin de cuentas, tarde o temprano, todos caemos. Lo mismo le da pagarle a un(a) cajero(a) que es exprimido al menos 9 hrs (le dicen que trabaja 8 y que tiene una de comida), seis días a la semana (tras años aspira a unos pocos días de vacaciones al año), por un salario raquítico, sin la menor oportunidad de organizarse laboralmente o ampararse ante contratos temporales totalmente controlados por el patrón, que a un pequeño comerciante o a un micro productor que debe sortear sinfín de obstáculos (coyotes intermediarios, gravámenes, devaluaciones, etc.).
La salida fácil de que después de todo Wal-mart crea empleos es tan cínica como la de que los ricos que arrebatan la tierra a la gente en Morelos para hacer campos de recreo no son tan abusivos porque luego, a los mismos despojados, se les da trabajo de jardineros o sirvientas o porteros.
Para muchas personas ahora resulta que es vergonzoso, latoso, poco atractivo, ridículo, “menos divertido”, curioso y hasta folclórico “hacer el mandado” (como hasta hace poco decíamos la masa, los jodidos) en el tradicional y típico mercado de la colonia o el tianguis que se pone un día a la semana. Dicen que es más feo, más caro, que hay menos variedad, que lo otro es más “práctico”, más barato, más sencillo (ah, claro, también más “divertido”). Al final, por supuesto, cada cual es libre de comprar donde le plazca (hay quienes compran en la Comercial Mexicana, creyéndose el nombre y que “apoyan a México” ignorando que la tienda realmente pertenece a la cadena Costco, y que es otra que también pasa por encima de monumentos y reservas naturales, amén de las leyes y los campesinos de donde llega establecerse). Sin embargo, en honesto beneficio de los que menos tenemos, que somos todos, valdría la pena detenerse a observar y entender hasta dónde llega y penetra el aparato de estrategia de mercado de los monopolios, que nos hacer perder el norte y decir: “es que si no, ¿dónde?” y terminar comprándole al que menos necesidad tiene de nuestro dinero y más abusa de la gente.

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(1)“Once mexicanos, en la lista Forbes de los más ricos”. La Jornada. Martes 18 de enero de 2005.
(2) Michel Chossudovsky. Globalización de la pobreza y nuevo orden mundial. México: Siglo XXI, 2002, p.15.

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